Resolviendo vuestras dudas: Cuando el liderazgo infantil se convierte en un reto

«Mi hija ha pegado a su madre y no sabemos cómo actuar»

Hace unos días, recibí un mensaje de un padre muy preocupado. Te lo comparto (con su permiso) porque tal vez tú también te hayas sentido igual en algún momento:

«Hola, profe. Quería comentarte algo que nos tiene bastante inquietos. Nuestra hija tiene 5 años. Siempre ha sido muy despierta, líder en su clase, y al ser de enero, va un poco por delante de sus compañeros. Pero este curso han llegado tres niñas nuevas que también tienen carácter fuerte, y nuestra hija está teniendo problemas para relacionarse con ellas. No está sabiendo gestionar esta nueva situación. El otro día, en casa, llegó a pegarle a su madre. Nunca lo había hecho. Después de hablarlo, creemos que puede deberse a que su madre es normalmente la que cede a sus caprichos, pero esa vez le dijo que no. No sabemos cómo actuar.»

Este mensaje resume con claridad una situación que se repite en muchas familias. A veces, niños y niñas que muestran características de liderazgo infantil se enfrentan a retos emocionales que no saben cómo manejar. Vamos a analizar este caso y ver cómo podemos ayudar.


Cuando ser líder en el aula deja de ser fácil

Los niños nacidos a principios de año suelen tener una ventaja evolutiva dentro del aula. Son más maduros, tienen mayor vocabulario, mejores habilidades sociales… y eso se nota especialmente en los primeros cursos. Muchas veces destacan por asumir roles de liderazgo. Pero, ¿qué pasa cuando ese «reinado» se ve amenazado?

La llegada de otras niñas con características similares puede generar en nuestra protagonista una sensación de pérdida de control. Donde antes dominaba la situación, ahora encuentra competencia. Y a los 5 años, aún no se tienen las herramientas emocionales necesarias para gestionar estas sensaciones. Aparecen entonces frustraciones, celos, o intentos por mantener el liderazgo a través de la imposición o el rechazo.

Este cambio en la dinámica social puede ser vivido como una amenaza a su identidad. La niña, que hasta ahora se había sentido segura y reconocida, puede sentirse desplazada o cuestionada. Esto no solo afecta su comportamiento, sino también su autoestima y su forma de vincularse con los demás.

¿Qué pueden hacer las familias y la escuela?

  • Trabajar la empatía: Ayudar a la niña a ponerse en el lugar de los demás. Usar cuentos, juegos de rol o preguntas como «¿cómo crees que se sintió tu compañera cuando pasó eso?» puede ayudar a desarrollar la conciencia emocional.
  • Fomentar el trabajo cooperativo: Darle oportunidades para colaborar con las nuevas compañeras en vez de competir. Por ejemplo, actividades de grupo donde se asignen diferentes roles y todas tengan voz.
  • Reforzar los logros colectivos: Valorar públicamente cuando el grupo logra cosas en conjunto, no solo cuando alguien destaca. Esto ayuda a diluir la idea de que hay que ser la mejor o la que manda.
  • Hablar de emociones: Nombrar lo que siente («¿estás enfadada porque no jugaste como querías?») y validar sin justificar («entiendo que te molestes, pero no está bien gritar o pegar»).
  • Acompañar los cambios de etapa: A veces no se trata solo de lo que ocurre en el aula, sino también de un proceso de maduración que necesita apoyo y escucha constante por parte de los adultos.

La agresión en casa: un grito de frustración

La escena que describe el padre —la niña pegando a su madre— no debe pasarse por alto, pero tampoco hay que dramatizarla en exceso. Muchas veces, este tipo de conductas son una forma de decir: «no sé cómo gestionar lo que siento».

En este caso, la niña reaccionó ante una situación que rompía sus esquemas: su madre, que normalmente accede a sus peticiones, le puso un límite claro. Al no estar acostumbrada, reaccionó con agresividad.

La agresividad no surge de la nada. Es la expresión de una emoción intensa, normalmente frustración, rabia o tristeza, que no ha podido canalizarse de otro modo. A esta edad, aún están aprendiendo a regularse emocionalmente, y necesitan modelos y acompañamiento para lograrlo.

¿Cómo actuar?

  • Establecer límites claros y coherentes: Ambos progenitores deben estar alineados. Si uno dice que no, el otro debe sostener esa decisión. La coherencia entre adultos aporta seguridad emocional al menor. El hecho de que algunas veces pueda conseguir lo que quiere y cruzar la línea y otras veces no, provoca una inseguridad en ella que puede desencadenar diferentes respuestas. En este sentido, debemos tener claras ciertas circunstancias. Por ejemplo, ¨solo los fines de semana se puede comer helado ¨. Es posible que el cumpleaños de algún familiar se celebre un martes, vayan a comer o cenar y de postre haya helado. Es importante para mantener los límites anticiparse. Antes de llegar debemos recordar la norma y explicar la situación excepcional que se dará única y exclusivamente hoy y el motivo para que entienda que no es una norma laxa que se puede saltar con frecuencia.
  • No ceder después del golpe: Ceder refuerza la conducta agresiva. Es importante explicar con calma que ese comportamiento no es aceptable y ofrecer una alternativa: «puedes decir que estás enfadada, pero no puedes pegar».
  • Enseñar formas sanas de expresar la frustración: Respirar profundo, dibujar lo que siente, tener una zona tranquila para calmarse, usar una palabra clave para pedir espacio. Estos recursos deben practicarse también en momentos de calma.
  • Buscar momentos de conexión positiva: Jugar juntos, pasar tiempo sin pantallas, crear rutinas de cariño (como leer un cuento antes de dormir o tener un «rato especial» cada día) fortalece el vínculo y reduce los conflictos.
  • Acompañar con presencia, no con sobreprotección: Es importante estar presentes emocionalmente sin evitar que los niños vivan pequeñas frustraciones. Aprender a tolerar el «no» es parte del desarrollo.

Si las agresiones se repiten o escalan, conviene consultar con un profesional de la psicología infantil para intervenir de forma personalizada y prevenir patrones futuros de conducta disruptiva.


En resumen

Los niños y niñas con características de liderazgo infantil necesitan también aprender a convivir, a compartir espacios y a respetar los límites. La familia juega un papel clave: no como juez ni como salvavidas, sino como guía firme y cariñosa.

Este caso nos recuerda que detrás de una conducta desafiante hay una emoción que necesita ser comprendida. Y que, con paciencia, límites claros y mucho amor, se pueden superar estas situaciones.

Además, es importante no etiquetar a la niña como «la que manda» o «la que se porta mal». Las etiquetas tienden a reforzar conductas. En lugar de eso, hablemos de comportamientos concretos y de cómo mejorarlos.

Como adultos, tenemos la responsabilidad de ofrecerles herramientas, ejemplos y seguridad para que puedan crecer emocionalmente. La educación emocional no se aprende en un día, pero cada paso cuenta.

¿Tienes alguna situación parecida en casa o en el aula? ¿Te gustaría que analizáramos tu caso en el blog?

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